Un divorcio para ser feliz

Un divorcio para ser feliz

Que increíble es pensar que un divorcio nos pueda hacer felices. Muchos me criticarán por decirlo, pero en mi caso así fue. Obviamente para llegar a eso, debí atravesar un mar de lágrimas que no fue de días ni de meses, sino de años.

Tomar la decisión de decir: “Quiero el divorcio, ya no te amo”, no es una salida fácil como muchos nos lo hacen creer, es una decisión difícil y dolorosa que en mi caso se hizo, cuando ya el sentimiento de infelicidad fue más fuerte que mi propio miedo.

 

¿Qué me llevó a esto?, ¿Cómo maté ese amor?, ¿Soy la culpable?, ¿Soy una egoísta?

 

En mi camino de tristeza predivorcio, me hice mil veces esas preguntas y muchas otras como: ¿Alguna vez voy a lograr salir de esta situación?, ¿Voy a tener el valor de decirle lo que siento?, ¿Cómo se lo digo a mis papás?, ¿Cómo se lo digo a él?

 

Claro está que con las discusiones, la falta de respeto mutua, el faltante de cariño, comprensión, lealtad y compañerismo de todos los días, ya nos lo habíamos dicho uno al otro.

Pero una cosa es vivir en ese infierno diario, que llega a convertirse en un círculo de violencia y otra muy distinta, agarrar valor y decir: NO MÁS, SE ACABÓ.

 

¿Qué pasa con los matrimonios hoy en día?, ¿Por qué es tan alto el índice de divorcios? Cada caso es distinto y solo uno sabe como anda la procesión por dentro, de ahí que no entiendo cuando de mi divorcio se habla y la gente dice: “No fuiste la primera ni serás la última”. Terminamos siendo un número más y no una persona que enfrentó sus miedos y decidió luchar por su felicidad.

 

Hablé con la psicóloga Hellen Cordero y le hice algunas preguntas con respecto a este tema.

¿Es errado pensar en un divorcio para ser feliz?

 

No es errado. De hecho muchas veces es la mejor o la única opción. Uno nunca se casa pensando en que se va a divorciar y menos en nuestra cultura; la mayoría nos casamos pensando en que será para toda la vida y creemos que lo hacemos con la persona que consideramos ideal en ese momento. Sucede que las cosas o la relación más bien no siempre permanecen igual, en el transcurrir de la relación surgen diversas situaciones y cambios que hacen que se generen conflictos.

Por supuesto que cada caso es diferente y son múltiples las situaciones por las que una pareja decide divorciase; sin embargo, hay elementos comunes: es doloroso, cobra una alta factura emocional y a menudo también económica; definitivamente se pasa por un duelo, es una pérdida. Es necesario decir que cuando las parejas o una de las dos partes llegan a esa decisión, por lo general es que ha pasado mucho tiempo de sufrimiento, a veces de silencios, otras veces de terribles y escandalosos conflictos. Muchas personas que hoy están divorciadas, antes de llegar a esa decisión buscaron otras alternativas; sin embargo, no dieron frutos y encontraron su camino a la felicidad terminando esa relación que de una u otra forma les causaba dolor.

A veces las relaciones se vuelven tan tóxicas y enfermizas que efectivamente la forma de salir adelante, de encontrar nuevamente el sentido de la vida y de ser felices, es divorciándose. Reconocer eso y aceptarlo no es nada fácil, sobre todo en una sociedad que “castiga” el divorcio, etiquetando y señalando a las personas que toman esa decisión y como en la mayoría de estos temas, lamentablemente somos las mujeres las que llevamos las de perder.

 

¿Qué nos da tanto miedo?, ¿Qué nos hace tragarnos la infelicidad por años?

 

  • En primer lugar, creer que todo va a cambiar. Existe la fantasía de que todo se va a solucionar mágicamente y que la relación va a ser diferente. A veces somos nosotras las que insistimos en que la situación cambie, al no encontrar respuesta positiva nos cansamos, nos deprimimos y aguantamos, a menudo en nombre de la familia y los hijos.

 

  • La presión social y la religión tienen también su cuota en todo esto. El mandato de “hasta que la muerte los separe” se convierte en una sentencia, a veces hasta de muerte, muchas personas aguantan terribles relaciones de violencia en nombre de esta premisa.

 

  •  Pensar que no vamos a encontrar a otra persona y que nos quedaremos solas. La sensación de desamparo y la costumbre se apoderan a menudo de las parejas en conflicto dando paso a la necesidad de aferrarse al otro, aunque me lastime, me engañe o ya no lo quiera…

 

  • Que los hijos sufran y el qué dirán los demás, sobre todo la familia.

 

  • Muchas personas interpretan el divorcio como un fracaso por lo que prefieren mantenerse antes que fracasar en la relación.

 

¿Está cambiando la sociedad la percepción con respecto a los divorciados?

 

No creo que la percepción de la sociedad esté cambiando; sin embargo, es más frecuente que las personas decidan tomar esa decisión por lo que ya no es tan escandaloso como en el pasado, cada vez es más común que las personas se divorcien; de hecho, en el año 2013 hubo 26 609 matrimonios (de ellos solo el 32,1% fueron católicos) y se registraron 13 349 divorcios. Es decir, por cada 2 matrimonios hubo 1 divorcio, según los datos que maneja el Registro Civil.

Se podría decir que las personas consideran el divorcio como algo común, pero hay mayor desaprobación cuando el divorcio es de personas de su núcleo familiar cercano, es decir, puedo reconocer el divorcio en mi vecino o en un conocido pero hay mayor recelo si se trata de mi hija o mi hermano.

 

¿Qué nos hace cambiar, reaccionar?

 

Hoy en día las mujeres están más apropiadas de sus derechos y de su autonomía, esto ha impactado también en los hombres. Con la modernidad y lo acelerado del mundo, hoy las personas se cuestionan más el hecho de tener que aguantar relaciones de sufrimiento. Al tener mayor conocimiento y más acceso a la información, las personas están más conscientes de aquello que quieren o por lo menos identifican qué es lo que no quieren y están dispuestas a trabajar por eso.

 

Cuando una persona o una pareja llega a la decisión de acabar su relación mediante el divorcio, por lo general ya han habido intentos fallidos para solucionar sus diferencias y la separación es a menudo la última instancia a la que acuden las personas.

Por un lado nos hace reaccionar el dolor, el cansancio, el sufrimiento y por otro, el amor propio y la esperanza de que se puede volver a empezar.

 

¿Hasta cuándo se debe aguantar?

 

Ninguna persona debe permitir y menos aguantar que se le denigre, violente, maltrate, engañe, perjudique, explote, ignore, obligue o violente. Cuando decidimos unir nuestra vida a otra persona es para caminar juntos, apoyarse, amarse y halar parejo. Cuando en la práctica empiezan las desigualdades, los egoísmos y los actos de desamor, la relación se va deteriorando y aunque esto es común que pase dada la costumbre y la cotidianidad, en ocasiones puede ser que no haya punto de retorno.

 

 

Cuando estamos en el proceso de agarrar valor tenemos tantas dudas; a mi me han escrito muchas mujeres preguntándome: ¿Cómo sigo adelante? En mi caso, el tener una hija pequeña y unas incontrolables ganas de vivir me hicieron reinventarme. ¿Qué les decimos a nuestras lectoras que tienen ésta duda?

 

RECOMENDACIONES:

 

  • Buscar orientación con una persona experta.

 

  • Hablar la situación con alguien de confianza.

 

  • A veces cuando hay hijos es necesario mantener el diálogo con la otra persona, él o ella también están pasando un momento difícil y lo ideal es conciliar para tomar las mejores decisiones para todos.

 

  • El acompañamiento psicológico es crucial para elaborar el duelo y retomar las fuerzas para seguir adelante.

 

  • Buscar nuevas actividades y pasatiempos.

 

  • Invertir en uno mismo; por ejemplo, con cuidados en la dieta, el ejercicio físico y la meditación.

 

  • Compartir la experiencia con otras personas que han pasado por situaciones similares, tener su propio grupo de apoyo.

 

 

El mundo no se termina cuando decidimos poner fin a una relación que nos perjudica, todo lo contrario. Pero debemos realmente analizar si ese matrimonio ya no es rescatable, si ya no sentimos los deseos, el convencimiento ni principalmente EL AMOR necesario para seguir adelante.

Yo no podía ser feliz y me costaba mucho más hacer feliz a mi hija cuando tenía que luchar con el dolor y el desamor. Hoy en día soy una mujer mucho más realizada y sobre todo, orgullosa de haber acabado con una relación que tristemente terminó cayendo en un círculo de violencia que nos perjudicaba a los tres.


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